En “Memoria caminante de Venezuela. Archivos del retorno“, queremos mirar la movilidad humana como una perspectiva abarcadora a través de la cual se develan políticas de Estado que dejan la vida en desamparo en nombre de la seguridad, la prolongada excepción viral que vivimos y la austeridad. Tanto las políticas de movilidad humana como de refugio, así como la no-memoria de la migración ecuatoriana afuera, comparten marcos comunes desde la perspectiva del Estado, y ponen en evidencia lo que sucede con quienes se mueven: abandono de la población migrante ecuatoriana en el extranjero; abandono de la población refugiada en Ecuador; marginación de la población migrante en Ecuador. En todos estos casos, las leyes, políticas y criterios que tienen que ver con la movilidad humana producen una política anti-migratoria que limita los desplazamientos humanos, los criminaliza o los reprime. Por otro lado, está la fuerza de quienes se desplazan, su persistencia y afirmación de la vida aún en medio del riesgo, la precariedad y el miedo. La memoria caminante que hoy hacen las personas que van y vienen a pie desde Venezuela, que cruzan países enteros para sobrevivir y que desafían el cierre de fronteras y la xenofobia, es recogida aquí poniendo en valor las luchas migrantes y las historias de quienes las protagonizan. Con estos testimonios, esperamos contribuir para construir respuestas sociales frente al abandono como política de Estado.
Los presentes textos conforman una reflexión colectiva que hemos llamado suma testimonial. Abordan la realidad del covid-19 en relación con la movilidad humana, los derechos laborales de las personas migrantes, testimonios registrados en rutas por donde caminan, las prácticas de hospitalidad y Cúcuta como lugar fundamental donde confluyen las idas y vueltas. Sus autoras, María Dolores Parreño, Giulianna Zambrano, María José Gutiérrez, Belén Valencia Castro y Cristina Burneo Salazar, han escrito siguiendo las voces protagonistas de estas luchas: las comunidades caminantes venezolanas.
Este video recoge testimonios de distintos tránsitos durante la llamada pandemia covid-19 protagonizados por mujeres, hombres y jóvenes de origen venezolano que hoy pueblan las rutas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú. Por distintas razones, se ven en la obligación de retornar a Venezuela de volver a dejarla o de irse por primera vez, debido a los efectos de la excepción viral que vivimos en 2020.
Tener que migrar desde Venezuela lleva a romper la familia, no hay opción. Mujeres con cuatro hijxs que perciben $20 mensuales no pueden alimentarles, no pueden comprar comida, ni lo más mínimo. Las madres deben dejar a parte de sus hijxs allá, separarles también entre sí. Enfrentan amenazas de ser entregadas a la guerrilla, de violación, de muerte. Llegar a otro punto es haber sobrevivido día a día, sin descanso.
El Juncal es un lugar de paso para lxs caminantes de Venezuela. El albergue de Carmen Carcelén es un referente de hospitalidad y solidaridad: su casa de puertas abiertas ha recibido a miles de personas que caminan por nuestros países hasta llegar allí. Al mismo tiempo, hay quien se va quedando y va haciendo su hogar allí. La integración de la población venezolana que se va quedando tiene que ver con la hospitalidad, no con ninguna política de Estado, pues son inexistentes. En Venezuela también hay un lugar llamado El Juncal, lugar histórico del proceso independentista venezolano. En El Juncal ecuatoriano, las luchas migrantes hallan treguas para construir la vida, comos nos relata este testimonio.
Hay migrantes que van de vuelta a Venezuela. “Solamente nos queda tener la cara en alto y seguir”, dicen. Toca volver a recoger los pasos, uno a uno, porque se van cerrando puertas. Mantenerse sin separarse es una proeza, no perderse ni perder a nadie en el camino cuando se viaja con pequeñitxs a quienes hay que alimentar, hidratar, mantener con vida. Las familias que migran luchan minuto a minuto por trabajar, por cuidar a sus hijxs. “Queremos luchar y no dejarnos morir”.
Hay adolescentes venezolanos que atraviesan solos la región. “Detrás de nosotros vienen más pequeños, yo tengo 15 años, él tiene 14, somos unos carajitos. Nosotros aguantamos, ayuden a los que vienen detrás.” Por ser jóvenes y mayoría de hombres, son criminalizados. “Parecemos indigentes, pero no somos basura”, dicen sosteniendo, en su precariedad, su dignidad. Han perdido sus papeles de nacimiento, a sus familias, deben enviar dinero a Venezuela, parece que para ellos no hay futuro. Este grupo viaja con su perrito, al que cuidan con lo poco que hallan.
Acumular kilómetros no siempre ha significado avanzar para lxs venezolanxs que se arrojan a caminar por Latinoamérica. En el mapa, los movimientos de lxs caminantes no son las líneas que dibuja el viajero con destino final. Son discontinuas, repetidas, suspendidas. Se ven como movimientos aparentemente erráticos por todo el continente. Sus cuerpos se doblan con el peso de las mochilas, empujan cochecitos infantiles o carritos de mercado con las pertenencias que todavía conservan. Hay cuerpos que se arriesgan a que el viaje termine en una de las trochas ilegales dominadas por grupos armados. Son cuerpos que viven la extorsión, los robos, ataques con armas, violaciones. También hay cuerpos que se detienen por la enfermedad. Quienes salen o intentan regresar a Venezuela a pie viven la angustia de quien no llega nunca.
Los pasos han sido una unidad de medida para muchos pueblos. Ante los recorridos que deben realizar quienes han salido de Venezuela a caminar por todo el continente, esta unidad se convierte también en una forma de medir los efectos de la migración en los cuerpos exhaustos de hombres, mujeres y niñxs de pies cansados, raspados, hinchados, adoloridos. Las carreteras troncales y trochas de Latinoamérica tienen la huella de sus periplos. En este mapa calculamos sus pasos aproximados en días y sin descanso, pero usualmente lxs caminantes tienen jornadas hasta de 11 horas de recorrido diariamente y donde les coge la noche intentan tener unas horas de descanso al borde de las vías.
Caminar por Latinoamérica es exponerse a todo tipo de riesgos. Algunxs imprevistos y otrxs imposibles de esquivar. La accidentada geografía del continente sorprende a miles de caminantes que nunca se habían enfrentado a las imponentes cordilleras. Acostumbradxs a las tierras llanas, quienes salen de Venezuela a pie deben caminar hasta alcanzar el páramo de Berlín entre Cúcuta y Bucaramanga, en Colombia. Y esta es sólo una de las muchas dificultades que les esperan. Recorrer Latinoamérica es enfrentarse a controles que impiden el paso, a trochas ilegales dominadas por grupos armados dispuestos a extorsionar y matar para imponer su orden. También es tener que bajarse del planchón que decidió aventarles para sobrevivir a los asaltos y ataques de hinchas de fútbol que les persiguen entre Cali y el norte de Ecuador. Es armar un cambuche a la orilla del camino para descansar y ser arrolladx por un carro. Es, a veces, un lugar dispuesto para la acogida, aunque casi todos han cerrado durante la pandemia. Los íconos sobre el cuerpo, que hace las veces de mapa, ubican y son rastro a la vez de la memoria de lxs cuerpos caminantes.
Ecuador representa un lugar de paso obligado en los trayectos de miles de venezolanxs de todas las edades que regresan del sur del continente como consecuencia de la pandemia provocada por la Covid-19. Por las vías se les ve cargadxs con las cosas que juntaron. Muchxs no logran cruzar la frontera colombo ecuatoriana porque está cerrada. Pero hay quienes se arriesgan a hacer el paso por trochas ilegales en varios puntos de la geografía que separa ambos países. Para los que no lo hacen, por miedo o falta de dinero, el viaje queda suspendido y se quedan orbitando al norte de Ecuador en ciudades como Ibarra,Tulcán o cerca de el Juncal, donde está el albergue de Carmen, uno de los pocos lugares donde pueden recibir acogida temporal. Moverse es intentar sobrevivir. Quienes todavía no deciden regresar se mueven en búsqueda de atención médica en la capital, intentan conseguir documentos para legalizar su situación migratoria o tienen la necesidad de encontrar posibilidades laborales en ciudades donde hay mayor reactivación económica, como en Guayaquil. Y aunque salir de Ecuador parece el movimiento más apremiante, hay todavía venezolanxs que ingresan al país con la expectativa de realizar los trayectos que hoy están desandando sus connacionales.
Tomar la decisión de regresar a su país no puede ser sino la última opción para miles de venezolanxs que salieron en busca de rehacer su vida en algún lugar de Latinoamérica. Desde que comenzó la pandemia por Covid-19 han perdido el trabajo, la vivienda y la posibilidad de continuar cualquier trámite para regularizar su situación migratoria. Con lo que alcanzaron a reunir, se han lanzado a las troncales del continente, cargados de maletas y coches que arrastran por horas. Algunxs se han apostado en grupos a las afueras de las embajadas de su país en Chile o Ecuador, buscando la apertura de corredores migratorios que les permitan volver del lugar del que salieron, porque consideran que si hay que morir es mejor hacerlo en tierra propia, por lo menos con la familia cerca. Retornar es el deseo de avanzar frente a un panorama que no se mueve a favor. Es quedarse atrapado esperando, con suerte, en algún albergue o perder la vida cruzando el río entre Colombia y Ecuador. Es intentar recoger los 30 USD que piden los grupos armados ilegales para permitirles cruzar la trocha. Es tener sed y que nadie les brinde agua. Es intentar vender en la calle y que nadie les compre. Es que la policía les golpee por no tener dónde resguardarse de los toques de queda en los países que atraviesan. Es que ningún gobierno decida legislar para que el retorno sea menos cruel. Si las carreteras tienen la huella de lxs caminantes, los cuerpos llevan las marcas del cansancio y la desazón de no saber cómo ni cuándo van a llegar y si van a lograr entrar a su propio país o van a tener que permanecer hacinados entre fronteras, expuestxs a los peligros del camino, a los grupos armados, a campamentos a las afueras de su propio país que les impide ingresar por miedo a que traigan un virus. Retornar es un intento
Ángel Espín Silva vivió en Venezuela por más de veinte años. Oriundo de Ambato, salió a fines de los noventa en Ecuador, por la falta de oportunidades laborales. Soportó la prisión y la deportación, pero logró instalarse y hacer allí su vida con su familia. “Nunca nadie nos trató mal allá”, nos dice, mientras rememora Venezuela.
María Fernanda Gallardo y Pluma forman el colectivo “Papelito nomás es”. Deben ser de las pocas personas en el continente que han repetido la ruta de lxs caminantes de Venezuela para comprender la magnitud y las fibras de esta migración. Hoy, María Fernanda entrevista a Yiyi (Yitzibeth Fermín) para reconocer, una vez más, los testimonios de la migración venezolana.
Yuly Ramírez ha luchado mucho por los derechos de lxs riders de aplicaciones como Glovo. En esta entrevista de Belén Valencia Castro, habla de lo que significa llevar comida a tu casa, cuántas horas de trabajo se requieren para tener un ingreso mínimo, qué significa ser rider en Ecuador y ser mujer.
y tantas personas con las que compartimos camino